
La inesperada partida de Diego nos dejó a todos pisando en el aire, con heridas en carne viva, con muchas preguntas y el miedo inevitable a pensar que otro de nuestros niños pueda llevar en su sangre la silenciosa enfermedad de la depresión.
No quiero pensar hacia atrás y recordar el último día que lo vi jugando con mis niños en Quilacoya, tres días antes, o recordar que se sentó junto a mi a la hora del almuerzo y acaricie su frente y me miró con sus hermosos ojos pardos. No quiero pensar en que si ese fatídico día jueves se hubiera demorado un poco más en las cosas que hizo, tal vez todo seria distinto, no quiero pensar en el dolor de su primera familia porque me duele, porque no quiero llorar cuando hablo con Camilo, Daniel o mi hermano, pero a veces no puedo dejar de hacerlo. No quiero pensar en qué le diré a la Paty cuando la llamo en la mañana, porque al final no sé qué decirle. No quiero pensar en lo pesado que se me hace llevar a mi madre al lado cuando manejo y ella llora porque me parte el alma. No quiero pensar en que pasará mañana porque hoy, le tengo miedo al mañana.
No sé si volveré a ser como antes, si podré sacar de mis malos días algo para ser positiva, porque en todo éste tiempo me he rebanado los sesos pensando en qué podria ser lo positivo en toda ésta historia y por Dios que no lo encuentro...No quiero pensar, porque me duele todo y me duele nada, porque el dolor que tengo ahora no se parece en nada al que me produce la fibromialgia, porque al final a mi amarga compañera la han vencido y aunque me maltrate como es su costumbre ya no me importa...ella nunca me a causado, ni me causará un dolor tan grande como el que tengo ahora.
Pero ya pasará.