Que bueno que un día decidí tomar mi cuaderno de tapas duras y comencé a escribir y describir cómo me sentía, hablo en pasado porque con el tiempo el dolor se siente distinto o tal vez sea igual, pero hoy yo he cambiado. Ahora, es con menor frecuencia que el dolor se me transforma en pena, esa que se me pega en los huesos y me hace ver el cielo gris aunque luzca azul, brillante y llenito de flores.
Ahora puedo contarte Jessica que la pena, la incertidumbre y la rabia que sentia al no saber lo que me pasaba, se fue. Que el cansancio que me tumbaba es menor; que ya no me concentro todo el día revisando en que parte del cuerpo siento más dolor; que en las mañanas que son muy malas salgo despacito de mi cama con el firme propósito de no quedarme en ella, pues sé que al rato estaré un poco mejor.
Aprendí que las arrugas que te marcan el rostro son buenas y bonitas si son por la risa, que el ceño fruncido aleja hasta el más leal, que las quejas aburren, que el inconformismo envenena, que revelarse hace bien, pero por un segundo. Que vivir en positivo te hace revivir y después de eso volver a vivir, que creer en el amor de Dios, quien no causa mis males, es la base para llenarme de esperanza y seguir, seguir día a día peleándole mi espacio al dolor, ese espacio donde tengo el derecho de sentirme feliz, plena y querida, recordándo que también tengo la obligación de contribuir a ser feliz, plena, querida y mirar éste cielo y verlo azul y llenito de flores.
jueves, 20 de octubre de 2011
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Cuida tus palabras, me pueden doler